—Yo no soy un funcionario judicial —interrumpió Rick—. Soy un cazador de bonificaciones
—de su cartera extrajo el equipo Voigt-Kampff, y sentándose junto a una mesa baja de palo de rosa,
empezó a preparar el sencillo instrumento poligráfico—. Puede usted enviar al primer sujeto —le
dijo a Eldon Rosen, que parecía aún más inquieto.
—Me gustaría mirar —dijo Rachael, sentándose—. Nunca he visto realizar un test de empatía.
¿Qué mide este aparato?
—Esto —dijo Rick, sosteniendo en alto un disco chato, adhesivo, de donde partían varios
cables—, mide la dilatación capilar en la región facial. Sabemos que ésta es una respuesta autónoma
y primaria, lo que llamamos “vergüenza” o “rubor” ante un estímulo moralmente inquietante. Esto
no se puede controlar voluntariamente, como ocurre en cambio con la conductividad de la piel, la
respiración o el ritmo cardíaco —le mostró el otro elemento, de donde brotaba un fino haz de luz—.
Y esto registra la tensión en los músculos oculares. Al mismo tiempo que se produce el fenómeno
del rubor hay generalmente un pequeño desplazamiento de...
—¿Y eso no se verifica en los androides?
—Aunque biológicamente podría llegar a darse, las preguntas-estímulo no generan estas
respuestas.
—Hágame el test —dijo Rachael.
—¿Por qué? —dijo Rick, confundido. Eldon Rosen dijo con voz ronca:
—La hemos elegido como primer sujeto. Podría ser un androide. Esperamos que nos lo pueda
decir —se sentó con varios movimientos torpes, sacó un cigarrillo, lo encendió y se quedó mirando
fijamente.
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