viernes, 22 de abril de 2011

Metz, Christian.


“Hubo durante largo tiempo —y hay aún hoy, pero un poco menos, y ese poco ya es mucho— un Verosímil cinematográfico. El cine tuvo sus géneros, que no se mezclaban: el western, el film policial, la oportunista «comedia dramática» a la francesa, etc. Cada género tenía su campo de lo decible propio y los otros posibles eran allí imposibles. El Western, es sabido, esperó cincuenta años antes de decir cosas tan poco subversivas como la fatiga, el desaliento o el envejecimiento: durante medio siglo, el héroe joven, invencible y dispuesto fue el único tipo de hombre verosímil en un western (en calidad de protagonista, al menos); también era el único admitido por la leyenda del Oeste, que desempeñaba aquí el papel de discurso anterior. ¿En la primera secuencia de El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford, el periodista, al romper las hojas en las que su ayudante había consignado el relato verídico del senador envejecido, acaso no le dice: «En el
Oeste, cuando la leyenda es más hermosa que la verdad, nosotros imprimimos la leyenda»?”
“Pero hay más. El cine en su conjunto ha funcionado —demasiado a menudo sigue haciéndolo— como un vasto género, como una provincia-de-cultura inmensa (aunque provincia al fin), con su lista de contenidos específicos autorizados, su catálogo de temas y de tonos filmables. Gilbert Cohen-Seat observaba en 1959 que el contenido de los films podía ser clasificado en cuatro grandes rubros: lo maravilloso (que desarraiga brutalmente y por lo tanto agradablemente); lo familiar (que se nutre de menudas historias cotidianas registradas con humor, pero, como lo hacía notar el autor, «fuera de la esfera de los problemas delicados, lejos de los puntos sensibles»); lo heroico (que aplaca en el espectador una generosidad sin empleó en la vida corriente), y por último lo dramático que apunta certeramente a las crispaciones afectivas del espectador medio, pero tratándolas demagógicamente como las trataría este mismo, y sin colocarlas bajo una luz más vasta en que el público, aun si en un primer momento no las hubiera reconocido, en seguida habría encontrado la posibilidad de resolverlas o de superarlas: así cada film para modistillas encierra un poco más a la modistilla en una problemática de modistilla, inútilmente trágica y arbitrariamente enclaustrante: ¿qué hay que hacer si un joven galante que le gusta a usted mucho, la invita una noche a salir con él, pero en condiciones tales que sus intenciones no le parecen «desinteresadas», etc ? (Lo que el film rosa no dirá jamás. porque sería contravenir tanto la opinión común de las modistillas como las leves del film para modistillas, es por ejemplo —entre otros diez desplazamientos posibles de un o seudoproblema insoluble y, por lo tanto, verosímil para lo dramático— que las intenciones «interesadas» del joven galante, en la medida en que testimonian al menos la realidad de un deseo, es decir, algo totalmente distinto de la indiferencia, no son «interesadas» sino en un cierto sentido: pero relativizar este sentido sería desdramatizar y por ende salir de lo Verosímil propio del género: así lo Verosímil acrecienta un poco más las alienaciones de cada uno).” 

Metz, Christian. El decir y lo dicho en el cine: ¿hacia la decadencia de un cierto verosímil? pp.17-30, en: AA.VV. Lo verosímil. Ed. Tiempo Contemporáneo Argentina.1972. (1ºed. 1970). (Cit.p.20-21)

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