domingo, 17 de abril de 2011

Multiculturalismo y superioridad cultural.


Hace unos años que se viene acuñando el término “multicultural” refiriéndose a diferentes eventos mediáticos en los que se quiere hacer observar (en muchos casos dándolo por supuesto), que hay otras formas de cultura que tienen sus peculiaridades y que se rigen por otras normas de belleza, conducta, etc.
El término cultura es en sí difícil de definir, según la RAE: “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”, aunque en sentido popular dice la RAE que es: “Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”. Es decir que cuando observamos un grupo de gente que vive de una determinada forma en un sitio concreto (o época), podemos decir que éstos forman una “cultura”[1]. Lo que hacen, (música, teatro, pintura, etc.) se entenderá de esta forma como productos culturales pertenecientes a ese grupo determinado.
Pero si nos fijamos en la primera definición de la RAE, el término cultura define, o mejor, mide  el “(…) grado de desarrollo (…)” es decir que impone una gradación que podríamos clasificar de jerárquica sobre lo que define, con lo que se puede caer al mismo tiempo en una gradación jerárquica de todos los que son de “otra cultura”.
En la cultura popular valenciana, el sainete nos viene a decir lo mismo: un individuo que viene del campo y habla valenciano, se adapta socialmente mejor a cierta situación que otros individuos, burgueses de la ciudad, que acabarán (casi siempre) sometidos a los mezquinos pensamientos del paleto. Nos recuerda las películas de Paco Martínez Soria como La ciudad no es para mí (Pedro Lazaga, 1966) en la que se ilustra la sociedad civil tras el éxodo ocurrido en España del campo a la ciudad de esos años. En la actualidad, señala Minchinela hablando de esta película:

“(…) Calacierva (pueblo de origen del film) estaba a seis horas de viaje de Madrid; hoy, en el mismo tiempo, te plantas en Pakistán. Esta equivalencia en distancias redunda en el momento moderno: estamos repitiendo las migraciones socioeconómicas (…) pero esta vez las sentimos como un conflicto preocupante; tanto que nos permite categorizarlo, en las consultas públicas, junto a la violencia y el hambre.”[2]

Para Minchinela, el turista sigue los pasos que tras haber asumido el mito del buen salvaje esperamos de los otros, y cuando va a un sitio distinto al  que se encuentra, las cosas deben interpretarse de una determinada forma, como lo hacían en la exposiciones de zoos humanos a finales del siglo XIX y principios del XX. Nos recuerda aquí Minchinela a otro nivel, a Marc Augé según el cual el turista no va a descubrir lo que tienen otros lugares, sino que va a verificar que las cosas están en el sitio que conoce por una fotografía. Somos incapaces de viajar, según Augé, a ningún lugar, sin buscar la imagen que de ese lugar tenemos.[3]
Se plantea a través de lo multicultural la noción de minoría étnica e incluso minorías sociales. Las minorías sociales se podrían ver representadas por los programas televisivos “Españoles por el mundo” (o sus correspondientes en las televisiones autonómicas), y en otro extremo por “Callejeros”. En el primero se muestra la integración social manteniendo su origen, adaptándose, de una forma maniquea, mientras que “Callejeros”, nos enseña a lo que nos arriesgamos si salimos del sistema capitalista. Por otro lado las minorías étnicas que se relacionan directamente con las que acabamos de citar:

“(…) la noción de "minoría étnica" funciona para organizar jurídica y policialmente la marginación social y la mano de obra barata. En la fantasía política dominante, la "minoría étnica" distingue a aquellos que han sido instalados abajo, en el límite o más allá del sistema social, a los que podemos eventualmente hacer objeto de nuestra misericordia, "tolerándoles" existir en su rarez. El propio movimiento antirracista cae en la trampa, organizando festivales en los que los inmigrantes se folclorizan a sí mismos, preparando convulsivamente platos de cus-cus o entregándose a todo tipo de danzas más o menos "tribales". Pidiendo perdón por sus extrañas costumbres, dan por bueno el supuesto de que sus dificultades tienen que ver con su "cultura" y no con las injusticias de ese orden socioeconómico que les ha mandado llamar y que ahora les mantiene a la intemperie.”[4]



[1] Tesis ésta que se puede ver en: Carrithers, Michael ¿Por qué los humanos tenemos culturas?.  Libro de bolsillo nº1736, Ed. Alianza Madrid 1995.
[2] Minchinela, Raúl. “El lado oscuro del buen rollito”. Pp 50-53, en Bostezo Asociación cultura bostezo. Año 2 nº5. València 2011.
[3] Augé, Marc. El viaje imposible. El turismo y sus imágenes. Ed. Gedisa Barcelona 1997.

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