Más o menos del
mismo año que “El pífano”, 1866, es el “Retrato de Zola”. Zola es un escritor
que relaciona mucho con los pintores de la época. En esta obra, como en casi
todos lo retratos, el personaje a representar, es decir el encargo, va a
condicionar la manera en que se pinta el cuadro. Zola, elige su sitio de
trabajo para su retrato. A la izquierda, ocupando una pequeña parte del fondo,
hay un biombo japonés, que es la moda en ese momento. Aparece una reproducción
del cuadro de los borrachos de Velázquez. Zola está leyendo un libro sobre
pintura con reproducciones en blanco y negro. El cuadro además de un correcto
retrato es un manifiesto de los gustos que comparten el escritor y el pintor.
El hecho de no
ser admitido en los Salones Oficiales, va a revitalizar a Manet, de manera que
pictóricamente prescinde del claroscuro y del modelado de las figuras. Más
tarde tomará contacto con los impresionistas, aceptando algunos aspectos. Solo
se identifica en su protesta contra el academicismo.
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