miércoles, 16 de febrero de 2011

GRECIA CLÁSICA: orden y medida. V-IV a.C.

            En la Grecia clásica, los poetas cuando se refieren a la experiencia humana de la existencia, le dan mucha más importancia a la juventud y a la vejez, que a la edad adulta y a la niñez, que no parecen ser importantes en su literatura.[1] Los poetas unen en sus obras a los héroes con los dioses, en un acto de glorificación de los nobles guerreros, pero ahora los héroes son dioses que deben ser representados cono tales. Sófocles dará mayor humanidad a sus personajes con lo que demuestra que los antiguos mitos ya no tenían actualidad. En esos dioses-hombres, reside la dualidad de la representación de esta época del arte griego. El período arcaico da paso rápidamente al período clásico, como si se tratara de una especie de reafirmación ante las victorias sobre los persas. Por una parte se representarán formas humanas con un grado de observación anatómica de la que la época arcaica adolecía, y por otra las formas humanas representadas no pueden ser cualesquiera, deben ser las más bellas, las que tendrían los dioses. De perfectas facciones y proporciones, no representan a un individuo en particular sino al modelo más perfecto al que aspirar ser o haber sido. Todas las cosas del mundo sensible se pueden agrupar de forma que para cada grupo de ellas existe una sola (idea) en el mundo inteligible.
     Para Platón el hombre se divide en cuerpo y alma[2]. El cuerpo está inmerso en lo temporal, mientras que el alma resulta atemporal, pertenece al mundo de las ideas.
      El poder del estado va pasando en Grecia de los saqueadores primitivos a una clase media alta  que también quiere verse representada en unas formas geométricas inmutables.
      En los templos griegos el uso de formas orgánicas en frisos y más tarde en la decoración de los capiteles, no debe distraernos de que en la estructura del templo predomina la austeridad de formas geométricas. Tampoco debemos olvidar que las esculturas griegas las contemplamos en muchas ocasiones a través de copias romanas y que, las originales, así como los templos, estaban policromados. Los griegos se proponen diferenciar entre dos clases de tiempo: la estructura correspondería al tiempo de los dioses que es eterno y por tanto  geométrico. Mientras que estas figuras (de relieves y vasijas) y decoraciones corresponderían a un tiempo humano y perecedero. La intención es representar de lo humano lo que más se asemeje a los dioses en los que reside la perfección, buscando lo más bello (perfecto, simétrico) de entre las cosas terrenas. De esa forma llegarán a la geometría de las formas a través de la figura humana en sus representaciones. La idea de canon de las formas responde a este hecho en el arte griego.
El canon griego en la representación del cuerpo humano variará con el paso de los siglos de la misma forma que variará su forma de entender la existencia humana como un todo que ordenar[3]. Sin embargo, a pesar de los diferentes cánones de Fidias, Policleto o Lisipo si observamos las representaciones que hacen de los volúmenes, podremos observar su acercamiento a volúmenes primarios: esferas, cilindros, conos truncados, etc. No son esas posiciones hieráticas lo que en un principio no llama la atención, lo que persigue en su representación el artista griego, sino la transmisión de pureza en esas formas primarias, porque esas son las formas perfectas de los dioses.
Aristóteles abandonará la doctrina de las ideas, y se sustituyó ésta por el tránsito. La potencia, dice, es todo aquello que un ser puede llegar a ser, y el acto es aquello que el ser efectivamente es. El tránsito de la potencia al acto es el movimiento. El tiempo pertenece para él, al movimiento (es el número) eterno, con lo que los sucesos finitos pasan a ser partes de ese infinito.





[1] Aguilar, Rosa Mª. La vivencia del tiempo en la Grecia antigua. En: Cuadernos de Filosofía Clásica (Estudios Griegos e indoeuropeos). Ed. Univ. Complutense Madrid. Ver pp. 123-135.
[2] “(…) la naturaleza mortal busca, en lo posible, ser eterna e inmortal. Pero puede serlo solamente con la procreación, porque deja siempre otro ser nuevo en lugar del viejo. Pues incluso durante ese período en el que se afirma que cada ser vivo vive y es el mismo (por ejemplo, se afirma que una persona es la misma desde niño hasta que se hace vieja), se dice, sin embargo, que es el mismo a pesar de que nunca tiene en sí los mismos elementos, sino que constantemente se va renovando y perdiendo otras cosas, en sus cabellos, su carne, sus huesos, su sangre y, en definitiva, en todo su cuerpo. Y no sólo en el cuerpo, sino también en el alma los hábitos, los caracteres, opiniones, deseos, placeres, penas, terrores, cada una de estas cosas jamás existen idénticas en cada individuo, sino que unas nacen y otras se destruyen. Pero todavía mucho más extraño que esto es el hecho de que también los conocimientos no sólo unos nacen y otros se destruyen en nosotros, y nunca somos los mismos ni siquiera en lo que respecta a los conocimientos, sino que incluso a cada uno de ellos le sucede lo mismo.” En: Platón. El Banquete. El libro de Bolsillo nº 1380. Ed. Alianza Editorial. Madrid 1994. Cit. p. 92-93. En el texto de Platón, se puede pensar en la existencia mortal, que es finita y en la existencia inmortal que es infinita. La existencia mortal parece, en el texto como “dibujada” de forma circular, ensimismada sobre la propia finitud y sobre su propia naturaleza de especie.
[3]  “(…) recorrer la historia de la estética antigua significa constatar también cómo, durante el transcurrir de los siglos, la idea refinadamente griega del kósmos ha venido operando en el interior de la experiencia artística tanto en el plano de la producción, en relación con la adecuación de la forma al contenido, como en el plano de la composición, en relación con el aparato estructural de los objetos artísticos y en el plano de la recepción, en relación con los efectos que produce en quienes la disfrutan.” En: Lombardo, Giovanni. La estética antigua. A. Machado Libros, S.A. Madrid. 2008. Cit.p.19.

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