Sobre la voluntad en la naturaleza Arthur Schopenhauer
El rasgo fundamental de mi
doctrina, lo que la coloca en contraposición con todas las que han existido, es
la total separación que establece entre la voluntad y la inteligencia,
entidades que han considerado los filósofos, todos mis predecesores, como
inseparables y hasta como condicionada la voluntad por el conocimiento, que es
para ellos el fondo de nuestro ser espiritual, y cual una mera función, por lo
tanto, la voluntad del conocimiento. Esta separación, esta disociación del yo o
del alma, tanto tiempo indivisible, en dos elementos heterogéneos, es para la
filosofía lo que el análisis del agua ha sido para la química, si bien este
análisis fue reconocido al cabo. En mi doctrina, lo eterno e indestructible en
el hombre, lo que forma en él el principio de vida, no es el alma, sino que es,
sirviéndonos de una expresión química, el radical del alma, la voluntad. La
llamada alma, es ya compuesta; es la combinación de la voluntad con el nouz, el intelecto. Este intelecto es lo
secundario, el posterius del
organismo, por éste condicionado, como función que es del cerebro. La voluntad,
por el contrario, es lo primario, el prius
del organismo, aquello por lo que éste se condiciona. Puesto que la voluntad es
aquella esencia en sí, que se manifiesta primeramente en la representación
(mera función cerebral ésta), cual un cuerpo orgánico, resulta que tan sólo en
la representación se le da a cada uno el cuerpo como algo extenso, articulado,
orgánico, no fuera ni inmediatamente en la propia conciencia. Así como las
acciones del cuerpo no son más que los actos de la voluntad que se pintan en la
representación, así su substracto, la figura de este cuerpo, es su imagen en
conjunto; y de aquí que sea la voluntad el agens
en todas las funciones orgánicas del cuerpo, así como en sus acciones
extrínsecas. La verdadera fisiología, cuando se eleva, muéstranos lo espiritual
del hombre (el conocimiento), como producto de lo físico de él, lo que ha
demostrado cual ningún otro, Cabanis; pero la verdadera metafísica nos enseña
que eso mismo físico no es más que producto o más bien manifestación de algo
espiritual (la voluntad) y que la materia misma está condicionada por la
representación, en la cual tan sólo existe. La percepción y el pensamiento se
explicarán siempre, y cada vez mejor, por el organismo; pero jamás será
explicada así la voluntad, sino que, a la inversa, es por ésta por lo que el
pensamiento se explica, como lo demuestro en seguida. Establezco, pues,
primeramente la voluntad, como cosa
en sí, completamente originaria; en segundo lugar su mera sensibilización u
objetivación el cuerpo; y en tercer término el conocimiento, como mera función
de una parte del cuerpo. Esta parte misma es el querer conocer (Erkennenwollen, la voluntad de conocer)
objetivado (hecho representación), en cuanto necesita la voluntad para sus
fines, del conocimiento. Mas esta función condiciona, a su vez, el mundo todo,
como representación y con éste al cuerpo mismo, en cuanto objeto perceptible y
hasta a la materia en general, como existente no más que en la representación.
Porque, en efecto, un mundo objetivo sin un sujeto en cuya conciencia exista,
es, bien considerado, algo eternamente inconcebible. El conocimiento y la
materia (sujeto y objeto), no son, pues, más que relativos el uno respecto al
otro, formando el fenómeno. Así como
queda la cuestión, como no había estado hasta hoy, merced a mi alteración
fundamental.
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