Se cuenta, por ejemplo, la historia del gran Minos, rey
de la isla de Creta en el período de su supremacía comercial,
que contrató al celebrado arquitecto Dédalo para que
inventara y construyera un laberinto con el objeto de esconder
en él algo de lo cual el palacio estaba al tiempo
avergonzado y temeroso. Porque en la historia figura un
monstruo, nacido a Pasifae, la reina. Se dice que el rey
Minos estaba dedicado a atender batallas importantes para
proteger las rutas comerciales; mientras tanto, Pasifae
había sido seducida por un toro magnífico, blanco como la
nieve y nacido del mar. Lo cual no era en realidad sino
lo que la madre de Minos había permitido que le sucediera
a ella: la madre de Minos era Europa y es bien
sabido que fue un toro quien la llevó a Creta. El toro había
sido el dios Zeus y el privilegiado hijo de aquella unión
era el mismo Minos, ahora respetado por todos y servido
con veneración. ¿Cómo iba a saber Pasifae que el fruto
de su propia indiscreción sería un monstruo, este hijo con
cuerpo humano pero con cabeza y rabo de toro?
La sociedad culpó gravemente a la reina, pero el rey
tenía conciencia de que parte de la culpa era suya. El toro
en cuestión había sido enviado hacía tiempo por el dios
Poseidón, cuando Minos contendía con sus hermanos por
el trono. Minos había sostenido que el trono era suyo
por derecho divino y había pedido al dios que mandara un
toro del mar, como señal, y había sellado la plegaria con
el juramento de sacrificar al animal inmediatamente, como
ofrenda y símbolo de servidumbre. El toro apareció y Minos
subió al trono; pero cuando pudo apreciar la majestad
de la bestia que se le había enviado, pensó en las ventajas
que le traería el ser dueño de tal ejemplar y decidió arriesgar
una sustitución mercantil, que supuso que el dios no
tomaría en cuenta. Por lo tanto, ofrendó en el altar de Poseidón
el mejor toro blanco que poseía y agregó el otro a
su ganado.
El imperio cretense había prosperado grandemente bajo
el sensato gobierno de este celebrado legislador y modelo
de virtudes públicas. Cnosos, la capital, se convirtió en el
centro espléndido y elegante de la más importante fuerza
comercial del mundo civilizado. Las flotas cretenses iban
a todas las islas y los puertos del Mediterráneo; las meras
caricias de Creta eran alabadas en Babilonia y en Egipto.
Los pequeños y atrevidos barcos también atravesaban las
columnas de Hércules hacia el mar abierto e iban costeando
hacia el norte para traer el oro de Irlanda y el estaño de
Cornwall,13 y también hacia el sur, rodeando el saliente del
Senegal, hacia la remota Yoruba y los distantes mercados
de marfil, oro y esclavos.14
Pero en palacio, la reina había sido inspirada por Poseidón
con una irrefrenable pasión por el toro y había logrado
que el artista de su esposo, el incomparable Dédalo, le construyera una vaca de madera que engañara al toro, en el
cual se ocultó de buena gana y el toro fue engañado. La
reina dio a luz un monstruo, el cual, al paso del tiempo,
empezó a convertirse en un peligro. Y Dédalo fue llamado
de nuevo, esta vez por el rey, para que construyera la tremenda
cárcel del laberinto, con pasajes ciegos, con el objeto
de esconder aquella cosa. Tan perfecta fue la invención que
Dédalo mismo, cuando la hubo terminado, difícilmente
pudo regresar a la entrada. Allí se encerró al Minotauro y
desde entonces fue alimentado con mancebos y doncellas
vivos, arrebatados como tributo a las naciones conquistadas
por el dominio cretense.15
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